sábado, 1 de abril de 2017

Humanitas



Humanitas
Sobre lo inevitable de los sentimientos


Hoy nos vemos? escribió ella...
Cuando él llegó, horas después,
leyó con asombro y emoción el mensaje.
Respondió en el acto: recién llego y leo...
Nos vimos...Tuve esa suerte...


Luego se quedó pensando, rememorando rostros, frases, risas, músicas, restitos de conversaciones, las otras voces, palabras sueltas, su propia voz callada o como de otro, ese silencio absoluto dentro de sí nacido en el momento en que ella entró, aparición que lo instaló, luego del abrazo intenso y brevísimo, como en una campana de vidrio o en un espacio paralelo...
Desde allí la observó, deslumbrante para sus ojos, porque la veía desde su espacio de inevitable soledad y desde ahí se ve lo que importa, lo posible de un ser.
Su alma?... Probable. Poético, aunque demasiado abstracto...
Mejor -aunque más complejo- su Porqué, su Para qué, el Lugar de Todo, como el Universo y los Objetos que lo pueblan, con sus gravitaciones, sus enigmas, sus tragedias, sus complejidades, sus grandezas, generosidades, bondades, cataclismos crueles.
Lo incomprensible. Lo inconcebible. Sus misterios. Su memoria, sus fracasos, sus
destrucciones-construcciones.

Esa primordialidad fue lo primero que detectó leyéndola, cuando comenzaron a escribirse. Al principio fue un alerta, como una niebla que se levanta de la nada, como anunciación lejana pero sustancial. Fue sensible a esos avisos aunque no eran frecuentes. Y les daba importancia. Con el tiempo se encontraron y comprendió, una vez más, que la distancia no es cuestión de kilómetros... Pasaron días, meses, años. Compartieron diversas situaciones. Creyó compartir otras, aunque ahora sabe que no. Y está bien así, "y que no es triste porque es verdad", aunque le duela. Se lo guarda en esa dimensión íntima pero no cerrada, que está al alcance de todos los seres, pero solo conocida -aceptada?-, por quienes tienen la valentía o la irresponsabilidad de querer acercarse y compartir los límites extremos de los sentimientos.

Para llegar a ese momento debió pasar primero por, e instalarse después, en el desasosiego. Primero fueron las noches, pero eso le era fácil, estaba acostumbrado. Siempre fue un solitario aunque pocos lo notaron, ya que nunca le asestó su soledad a nadie. Después terminó dándose cuenta - y aceptando de frente- que, una vez más, ese sentimiento que se suele nombrar amor lo atacaba. Sabía, como muchos, que eso terminaría mal. Sabía, como pocos, que nadie quería pensar en eso, y sin embargo valía la pena transitar ese camino. 

Lo que no sabía era cómo nombrar ese sentir. Tenía un cierto desprecio -y en ciertas situaciones un desprecio cierto- por esa palabra, amor, y las varias derivadas, enamorarse, amar, amante, amada/amado... Son palabras con memoria, pensaba, siempre rodeadas, acechadas por intereses sórdidos, por la inconstancia, por las mentiras, por las conveniencias, por los cálculos espurios, palabras que nombran, justifican y operan el prestigio, el poder, suciedades mezquinas, inhumanas sumisiones, conquistas y otras despreciables cualidades, los celos -una de las peores- justificadas por la palabra amor y sus derivadas, indignas de esas honduras que le acaecían cuando veía lo que veía en ella... Para él lo que se nombra Amor es un misterio, es un encuentro (y sabe que para los otros también, aunque no sepan que lo saben) compuesto de ciertas -entre otras- complejidades como la amistad, la ternura, la inteligencia, la elegancia del corazón, una indefinible e inevitable atracción, la belleza, el todo agitado por lo pasional y solo capaz de ser percibido y aceptado por los concernidos. Una vez lo vivió, y durante muchos años. Naturalmente terminó mal. Unos versos de Marechal le alcanzaron un poco de consuelo:

Pues en verdad te digo que enterrar a un amado
es como devolver una guitarra
que nos prestó el Silencio, padre de toda música.

Ahora se siente limpio, si no totalmente, en una buena medida. Porque en el dominio de los absolutos nadie puede dar testimonio creíble, veraz, inteligente. 
Limpio de escorias complacientes, que se interponen entre el sentimiento de los seres. Limpio de mezquindades sentimentales, los ojos desnudos, estoico en su sentimiento, preparado para siempre ya, a lo inesperado, a lo improbable, "a lo inevitable". 
A todas las intemperies, 
sabiendo que tiene por delante un camino 
incierto como la espera.
Lo andará
deseando para ella 
que no le manque jamás
bondad y ternura,
ni la mirada sin miedo de los niños
y todos los dulces misterios 
que pueblan nuestros sueños
y los de los otros seres humanos.

Es lo que deseó siempre 
para ella,
en esos abrazos
intensos,
brevísimos...

Miguel Praino