lunes, 5 de septiembre de 2016

La certeza de haber estado



Arquelogía de una ausencia

“El cuerpo de una vida que ha quedado de alguna manera diseminado en fotografías, cartas, objetos, (…)” indica el filósofo Sergio Rojas para presentar la exposición “Arqueología de una ausencia”, que recopiló diferentes objetos pertenecientes a ejecutados políticos y detenidos desaparecidos en Chile. El autor agrega que la: “cotidiana materialidad de una vida cuya intimidad e intensidad, todavía adherida a las cosas, desbordan cualquier historia”

Mis padres salieron de Chile en enero del 74 cuando yo recién había cumplido un año. Temiendo la incertidumbre del porvenir, me dejaron con mis abuelos en ese periodo que ellos residieron en Madrid. Mi madre regresó a buscarme en enero del año siguiente. Durante esa estadía que no recuerdo –conscientemente– para nada, me enviaban tarjetas postales. No tuve idea de ellas hasta que ya finales de la década del 80, mi abuela me las entregó. Me explicó la historia, por qué habían sido escritas y que ella las había conservado todo este tiempo para devolvérmelas “algún día”. Las revisé una por una, aunque todas giraban en torno al mismo mensaje: “te quiere mucho, tu mamá”. De pronto, una conmoción devastadora me hizo estallar en llantos al punto que me afiebré y no pude seguir leyendo. Las guardé en una caja y nunca las he vuelto a mirar. 

La pregunta que surge: ¿es posible una dimensión en el cual una tarjeta dirigida a un niño con un mensaje de amor de sus padres provoque un dolor tan agudo? La respuesta es que, en algunas latitudes, sí es posible. Y un objeto, el más simple objeto, puede desencadenar una avalancha de sentidos y explicaciones. Porque esa tarjeta no era sólo una tarjeta como tampoco transmitía sólo un saludo. Al reverso de esa ilustración inocente, se encontraban las razones de una vida entera de desgarro y desarraigo que en ese minuto se expresaron en toda su dimensión, con todos los momentos desoladores vividos con cada separación, cada ausencia. 

Esas tarjetas deben ser de mis pertenencias más antiguas. Todo lo demás, mi primera muñeca, mi primer vinilo, mi primer libro, ocurrió después. De modo que si de pruebas materiales hablamos, he aquí una que confirma que existí y cómo existí a partir de ese momento, cosa que no hace el certificado de nacimiento ni el carnet de vacunas. Los objetos personales registran lo que ocurrió tras el calendario. Revisarlos permite narrarse a sí mismo y atesorarlos es también atesorarse a sí mismo.

“Lo que amas es tu herencia verdadera, lo que amas no te será arrebatado”, escribe el poeta Ezra Pound. Cuando la joven mujer recién casada se queda con el libro de recetas de su abuela, no es solamente porque quiere aprender a cocinar. Es porque tras esa letra manuscrita, hay un afecto y una compañía. Cuando haya aprendido a hacer el guiso, ya no necesitará mirar las indicaciones. Pero tras cada ingrediente, recordará alguna tarde de vacaciones en la playa, alguna fiesta de cumpleaños. Quizás también alguna antigua pena de amor consolada con una galleta. El libro podrá desvanecerse, pero no así su legado y sobre cualquier página amarillenta y desteñida, permanecerá la certeza de haber estado, de haber sido, de haber querido.


Valeria Matus